Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro. Salmo 56:8 (NTV)
Si hay algo por lo que soy conocida, es por llorar.
Cuando me casé después de la universidad, lloré. Cuando nació cada uno de nuestros tres hijos preciosos, lloré.
Cuando uno de mis pequeños se raspó la rodilla, lloré. Cuando no lograron ser parte del equipo deportivo que les apasionaba, lloré. Cuando se sintieron lastimados por las palabras duras de un amigo o les rompieron el corazón, lloré. Condujeron por primera vez con licencia nueva… lloré. Días de mudanza a la universidad… lloré. Ceremonias de graduación… lloré. Compromisos matrimoniales… lloré. Miembros de la familia luchaban… lloré. Película triste… lloro cada vez.
¿Ves un patrón? Siempre he sido una llorona. Pero cuando mis problemas matrimoniales llegaron al punto de ruptura y la separación y el divorcio se convirtieron en mi nueva historia, lloré a un nivel que nunca antes había llorado. Las lágrimas fluían a menudo sin advertencia ni control. Lágrimas que, a veces, me hacían sentir que me ahogaban, preguntándome por qué no podía estar en control y qué me sucedía.
Pero en los últimos años he aprendido mucho sobre las lágrimas. Son normales. Son necesarias. No hay nada de qué avergonzarse. Y son vistas por Dios.
En Salmo 56:8, se nos recuerda que Dios está íntimamente interesado en cada aspecto de nuestra vida. Debido a Su compasión abrumadora por nosotras, Él recoge cada lágrima derramada, sin importar cuán grande, pequeña, insignificante o importante sea la situación.
En este salmo, vemos a David expresar su dolor por la situación en la que se encontraba. Saúl quería asesinar a David para que Jonatán pudiera ser el rey de Israel en lugar de David, lo cual obligó a David a estar constantemente en movimiento, tratando de escapar. Aunque David había huido a la tierra de los filisteos en busca de refugio, una vez más se sintió inseguro y finalmente, fue capturado. Estaba afligido, temeroso e inseguro sobre el futuro. Puedo imaginarlo de rodillas, sollozando, con el pecho agitado por el agotamiento y las lágrimas cayendo por sus mejillas mientras derramaba sus sentimientos y temores a Dios. Yo misma he estado allí.
Sin embargo, David se consoló al saber que, sin importar por lo que estaba pasando, Dios estaba de su lado (Salmo 56:9). Creía que Dios tenía una gran compasión y sus lágrimas no pasaban desapercibidas, tanto que confiaba en que Dios estaba recogiendo sus lágrimas en una botella. David no se avergonzaba de llorar durante un momento difícil de su vida, y nosotras tampoco debemos avergonzarnos.
Las lágrimas son normales cuando nuestro corazón está quebrantado o el temor nos consume. No debemos avergonzarnos de dejarlas caer. Tratar de contener nuestras lágrimas no solo es difícil, sino que causa estrés y nos mantiene fingiendo que estamos bien cuando no lo estamos; eventualmente, esa fachada terminará.
Las lágrimas son necesarias porque Dios nos creó como seres humanos emocionales, lo cual incluye llorar cuando nuestro corazón está sufriendo. He leído que las lágrimas son como una válvula de escape para el estrés, la tristeza, la ansiedad y el dolor. Las lágrimas de reflejo (que se liberan cuando nuestros ojos están irritados) son 98% de agua, mientras que las lágrimas que fluyen de las emociones también contienen hormonas del estrés que se excretan del cuerpo a través del llanto. El llanto no es una señal de debilidad, sino una señal de que nuestro cuerpo necesita excretar toxinas que se acumulan durante momentos de estrés inmenso. Además, muchos estudios sugieren que el llanto estimula la producción de endorfinas, las hormonas de “la felicidad” de nuestro cuerpo, ¡por eso nos sentimos mucho mejor después de una buena llorada!
David estaba al límite, y lloró. Muchas veces me he encontrado en mi propio límite y lloro cada vez. Tal vez hoy sientas que las lágrimas están a punto de estallar debido a las situaciones que enfrentas, pero tienes miedo de parecer débil o dejar que la gente conozca tu dolor.
Recuerda esto: tus lágrimas son normales. Son necesarias y tu Padre celestial las ve. Permítete sentir. Deja que tus lágrimas caigan. Y cree que Él está allí para recoger cada una de tus lágrimas y que sostiene tanto a ellas como a ti cerca de Su corazón.
Querido Jesús, gracias por amarme lo suficiente, no solo para atrapar mis lágrimas cuando lloro, sino por haber formado mi cuerpo para que las lágrimas me ayuden a sobrellevar las cosas en lugar de desmoronarme. Dame confianza en mis habilidades para soportar los tiempos difíciles y no avergonzarme por tener emociones normales. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 147:3, Él sana a los de corazón quebrantado y les venda las heridas. (NTV)
¿Has estado tratando de contener las lágrimas? ¿Cómo podrías sentirte mejor si tuvieras un llanto largo y confiaras en Dios para tomar cada lágrima?
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