¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: «¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!» Romanos 10:15 (NVI)
¿Alguna vez te has preguntado cómo te describirían tu familia y tus amigos?
Quizá dirían que eres amable y compasiva, cariñosa y abnegada. O quizá te describirían como segura y audaz, determinada y decidida. Esas cualidades son admirables y deseables.
Recientemente, una conocida mía que personificaba todas estas cualidades mencionadas partió con el Señor. Cuando su familia eligió cómo recordarla, la describieron como una “defensora del evangelio”.
¡Guau, qué manera de ser recordada! Empecé a reflexionar: ¿La gente diría eso de mí? Y aún más importante, ¿Mi vida demuestra un deseo por ser una defensora del evangelio?
La carta del apóstol Pablo a los romanos sirve dos propósitos: 1) presentar el evangelio con claridad, y 2) alentar a los nuevos cristianos. Romanos 10:1 y 10:9-10 expresan el deseo de su corazón de que todos sean salvados y claramente resume cómo conocer a Jesucristo como Señor y Salvador: “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo” (Romanos 10:9-10, NVI).
En todas sus epístolas, Pablo presentó repetidamente las Buenas Nuevas y amonestó a los cristianos para que las compartieran también con otros. En Romanos 10:14-15, dice: “Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: «¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!»” (NVI).
La pasión de Pablo es evidente en estos textos, y su profunda preocupación por los perdidos conmovió a sus hermanos y hermanas en Cristo a salir con emoción a declarar las Buenas Nuevas. Me imagino que si Pablo predicara esas palabras hoy, la gente entre la audiencia chocaría sus manos o puños en señal de aliento, y los santos llenos de energía gritarían muchos “¡amén!” y “¡aleluya!”.
Sin embargo, a pesar de mi entusiasmo compartido después de leer las fervientes exhortaciones de Pablo, mi pasión pronto disminuye, usualmente antes de que me vaya a descansar. Con la Biblia cerrada, trato de silenciar la convicción interna del Espíritu Santo con razones del por qué no comparto el evangelio:
¿Y si piensan que soy hipócrita?
¿Y si me atasco con las palabras o digo algo incorrecto?
¿Y si ofendo a alguien?
Amiga, deja de crear excusas y de esconderte detrás de las mentiras que te impiden compartir el evangelio de Jesucristo. Pablo escribió simplemente que las personas no pueden invocar el Nombre del Señor para ser salvos si no han escuchado las Buenas Nuevas.
Dios usa gente ordinaria para compartir Su historia de redención extraordinaria. No se trata de qué tan elocuentemente presentamos el evangelio; después de todo, nosotras no somos los héroes o heroínas de la historia: Cristo es el héroe. Nos convertimos en defensoras del evangelio al poner a un lado nuestros “¿qué pasaría si…?” y al permitir al Espíritu Santo trabajar mediante nosotras para proclamar a Jesús crucificado, muerto, sepultado y resucitado al tercer día.
Tampoco necesitamos tener títulos de un seminario ni servir como evangelizadoras entrenadas profesionalmente o ser misioneras. Por supuesto, Dios usa seminaristas y evangelistas, pero el campo misionero está alrededor de nosotras. Nuestra familia, amistades, colegas de trabajo y vecinos necesitan escuchar que Dios los ama y que envió a Su Hijo, Jesús, a morir por sus pecados para que ellos puedan tener vida eterna al creer en Él.
¿Alguna de tus compañeras de trabajo te ha confiado que se siente agobiada y afligida por sus circunstancias actuales? Invítala a tomar un café y comparte con ella dónde encuentras tu esperanza cuando la vida se vuelve díficil.
¿Tienes una amiga que está batallando con su fe? Sé un espacio seguro para que ella pueda hablar de sus dificultades, guiándola tiernamente a buscar a nuestro Padre celestial.
Quizá un miembro de tu familia decidió que la iglesia y Dios “simplemente no eran para él”. Considera, en oración, escribirle una nota de aliento, dejándole saber que será siempre bienvenido en la casa del Señor.
Nosotras defendemos el evangelio de Cristo cada vez que declaramos las Buenas Nuevas a alguien que no lo conoce como Señor y Salvador. Como dijo Pablo: “«todo el que invoque el nombre del Señor será salvo»” (Romanos 10:13, NVI).
Padre celestial, gracias por haber enviado a Tu Hijo para salvarnos de nuestros pecados y para darnos vida eterna. Acompáñanos al proclamar el evangelio. Pon Tu Palabra en nuestros corazones, mentes y bocas, y danos la sabiduría y el valor del Espíritu Santo. En el Nombre de Jesús, Amén.
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© 2021 por Laura Bailey. Todos los derechos reservados.
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