Hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo. … Un tiempo para callar y un tiempo para hablar. Eclesiastés 3:1,7b (NTV)
“Hacer las cosas en el momento oportuno lo es todo”.
¿Cuántas veces he oído eso? ¿Cuántas veces le he prestado atención? Mmm. Esas dos respuestas no son las mismas.
El otro día, hablé cuando lo que realmente debería haber hecho era permanecer en silencio. No fue bonito. Debería haber recordado la vez que guardarme mis comentarios ayudó a mi hijo a descubrir algo por sí mismo.
Cuando mi hijo, Steven, tenía unos 7 años, fuimos a esquiar en la nieve. Durante horas, le instruí sobre cómo ponerse de pie, esquiar y levantarse una vez que se cayera. En su frustración, Steven se cayó y se cayó y se cayó. No estaba aprendiendo a hacerlo en lo absoluto. ¿Cuál es el problema? Me preguntaba.
Entonces lo descubrí. El problema era yo.
«¡Mamá!», gritó Steven, «si dejaras de decirme lo que tengo que hacer, creo que podría conseguirlo».
«¡Está bien!», dije. «¡Adelante; hazlo a tu manera!»
¿Y sabes qué? Lo hizo. Treinta minutos más tarde, Steven bajaba las laderas con facilidad. Mis instrucciones continuas habían sido un obstáculo para que Steven resolviera las maniobras por sí mismo.
A veces las palabras más poderosas son las que retenemos. Eclesiastés 3 dice: “Hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo… Un tiempo para callar y un tiempo para hablar” (vv.1, 7b).
En la Biblia, Ester es un maravilloso ejemplo de una mujer sabia, quien sabía que había un momento para hablar y otro para callar. Bajo la influencia del malvado Amán, el rey Asuero emitió un decreto para que el pueblo judío fuera destruido (Ester 3). Sin embargo, el rey no sabía que la reina Ester era uno de ellos.
Después de mucha oración, ayuno, deliberación y consejo con su tío Mardoqueo, Ester se presentó ante el rey para hacer su petición de que su pueblo fuera protegido. Era una petición importante porque estaba en juego toda la nación judía. Cuando el rey le pidió que hiciera su petición, ella no se arrastró a sus pies para rogarle que su pueblo se salvara. Más bien, le invitó tranquilamente a cenar.
Ese momento no era el adecuado.
Cuando el rey asistió a la velada de la noche siguiente, aun entonces ella no se postró a sus pies para suplicar que protegiera a su pueblo. Una vez más, le invitó a cenar la noche siguiente.
El momento aún no era el adecuado.
En la segunda cena, el rey ofreció a Ester una tercera oportunidad para hacer su petición. Finalmente, Ester reveló el complot de Amán para aniquilar a toda la nación judía, lo que la incluía a ella. Los judíos fueron salvados y Amán fue ahorcado.
Esther esperó hasta que el momento fuera el adecuado. Claro, ella podría haber hecho rápidamente la petición la primera vez que se acercó al rey. Ella podría haber hecho su petición en la primera cena cuando él le ofreció todo lo que deseaba, “...Hasta la mitad del reino...” (Ester 5:3b, RVA-2015). Pero había algo en el espíritu de Ester que le hacía guardar silencio.
Aunque la Biblia no nos lo dice directamente, es posible que Ester estuviera escuchando la guía y la dirección de Dios.
La mujer de Proverbios 31 era una mujer así. La Biblia dice: “Abre su boca con sabiduría, Y hay enseñanza de bondad en su lengua” (Proverbios 31:26, NBLA).
En este verso, la palabra hebrea original traducida como “sabiduría”, chokmah, también significa habilidad, astucia y prudencia. Una habilidad no es algo que surja de forma natural, sino algo que se desarrolla con la práctica durante un periodo de tiempo. Cuando practicamos el saber cuándo hablar y cuándo callar, nos volvemos sabias.
Ya sea que se trate de criar a los hijos como de profundizar en una relación o de interactuar con un colega de trabajo, podemos seguir el ejemplo de Ester para saber cuándo hablar y cuándo callar.
Y esta es mi regla general: en caso de duda, no lo hagas. Hagamos hoy una pausa de 10 segundos antes de dar una opinión, una instrucción o una respuesta. Que nuestras palabras honren a los demás y, sobre todo, que honren a Dios.
Padre Celestial, ayúdame a saber cuándo hablar y cuándo callar. Ayúdame a decir las palabras adecuadas en el momento adecuado a las personas adecuadas. Y si el momento no es el adecuado, dame el dominio propio para callarme. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Las palabras que decimos sobre nosotras mismas y a los demás tienen poder. Como dice Proverbios 18:21, “La muerte y la vida están en el poder de la lengua…” Debemos tener cuidado de hablar vida y no muerte sobre nuestra familia, amigas e incluso sobre nosotras mismas. Hay palabras que se han pronunciado sobre nosotras que incluso permitimos que empiecen a definir quiénes creemos que somos en lugar de quiénes dice Dios que somos. En el libro de Lysa TerKeurst, Perdona lo que no puedes olvidar, ella comparte su experiencia personal de una situación devastadora que parecía irreparable, pero aprendió a deshacerse del resentimiento y a superar la resistencia a perdonar a las personas que no están dispuestas a hacer lo correcto. Si necesitas perdonarte a ti misma por las palabras que has dicho o por las de otra persona, este libro te ayudará a tomar el camino del perdón. Haz clic aquí para adquirir el libro.
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Basándote en la oración de David en el Salmo 141:3, ¿por qué crees que es tan difícil permanecer en silencio? ¿A quién le pidió David que le ayudara? ¿A quién podemos pedir ayuda?
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