«Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quédense aquí y vigilen». Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar que, de ser posible, no tuviera él que pasar por aquella hora. Marcos 14:34-35 (NVI)
¿Qué es ésta sensación extraña que siento en el pecho? Nunca había experimentado este pequeño dolor, por lo que me preguntaba qué es lo que me estaba pasando.
Minutos antes, había estado hablando con Jesús, orando acerca de una situación familiar delicada, entregándole mi angustia. Mi bolígrafo y mi papel eran las herramientas que me estaban ayudando a liberar mis miedos al igual que mi dolor. ¿Acaso no estaba soltando todas mis preocupaciones ante el Único que realmente podía resolverlas? ¿Por qué, entonces, sentía presión en el pecho y un dolor ligero? ¿Acaso esta presión desconocida de ansiedad en mi cuerpo significaba que estaba dudando de mi Padre? Yo realmente pensaba que estaba confiando en Él.
Por primera vez, empecé a comprender que cuando nuestras emociones nos abruman, podemos sentir las repercusiones en nuestros cuerpos. Las emociones intensas no son negativas de por sí; de hecho, nos fueron dadas por Dios. Su diseño original, sin embargo, cuando Dios creó al ser humano a Su imagen (Génesis 1:27), no era para que pudiéramos sentir emociones que nos hicieran daño.
Para entender mejor la conexión entre mi Creador y la manera en que Él me creó, leo los Evangelios, buscando las emociones que Jesús experimentó en Sus días en la tierra. Allí estaban: la tristeza (Juan 11:35), el enojo (Mateo 21:12-13), la felicidad (Juan 15:11) y muchas otras más.
Aunque Jesús nunca experimentaría la angustia en Su divinidad, las Escrituras nos dicen que cuando se vio abrumado en Su humanidad, Jesús se retiró para pasar tiempo con Su padre. Encontró la fuerza para seguir avanzando para cumplir la misión de Su Padre incluso cuando estaba sintiendo emociones intensas.
El Evangelio de Marcos comparte la experiencia de Jesús mientras afrontaba Su misión más difícil hasta el momento. Marcos 14:33-34 dice que Jesús “Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentir temor y tristeza. «Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quédense aquí y vigilen» (NVI).
Allí en el jardín, en la noche de Su traición, destrozado de dolor, Jesús “se postró en tierra y empezó a orar que, de ser posible, no tuviera él que pasar por aquella hora” (Marcos 14:35). Jesús se postró rostro en tierra (Mateo 26:39). Al parecer Su angustia era tan fuerte que se desplomó. Jesús también experimentó otros indicios visibles de angustia emocional: “Pero como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra” (Lucas 22:44, NVI).
Aún así continuó orando: “«Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú»” (Marcos 14:36, NVI). Sintió una gran angustia y confió en Su Padre al mismo tiempo. A pesar de la agonía profunda, Jesús siguió adelante, cumpliendo Su misión de morir por nosotras.
Como Jesús, tú y yo podemos experimentar emociones intensas, la energía atravesando nuestras mentes, corazones y cuerpos, mientras caminamos con el Padre. Ansiedad, tristeza, enojo y otras emociones no son necesariamente indicadores de que no estamos cerca del Señor. Y confiar en Dios no siempre significa que lo que está creando esta emoción difícil en nosotras vaya a desaparecer. Aún así, podemos elegir confiar en Dios incluso cuando las cosas no van de la manera que nos gustaría, afrontando lo que viene con la certeza de que Dios está a nuestro lado.
Cuando empecé a respirar larga y profundamente y a meditar en Su Palabra, mis emociones me llevaron a seguir invitando al Espíritu Santo a entrar en mi problema a través del uso de herramientas a veces llamadas “disciplinas espirituales” como la oración, la meditación en la Palabra de Dios, la lamentación y otras más. Siempre podemos pedirle a Dios que nos dé fuerzas para seguir avanzando hacia Jesús, incluso en medio de la ansiedad o las emociones difíciles.
Padre, cuando mi corazón esté herido y sienta dolor, ayúdame a recordar que incluso esto es una invitación para acercarme a Ti. Confío en que Tú estás escuchándome, y dependo de Ti para que me proveas la fuerza que necesito hoy. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmos 9:9, El SEÑOR es refugio de los oprimidos; es su baluarte en momentos de angustia. (NVI)
Piensa en una época en la que experimentaste ansiedad o te sentiste abrumada. ¿Dónde estabas? ¿Quién estaba ahí? ¿Qué pensabas y sentías? Toma un momento para traer a Dios a esa escena. ¿Qué te habría dicho Él? ¿Cómo te ofrecería consuelo? Escribe cualquier palabra de consuelo que Dios podría decir. Nos encantaría saber de ti; déjanos saber lo que piensas en la sección de comentarios.
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