Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo... Isaías 43:2a (NVI)
Llevaba una hora esperando en la farmacia por una receta para recuperarme de la gripe. Las filas apenas se movían. La noticia de la aparición de COVID-19 creó una atmósfera de ansiedad. La gente estaba frustrada, todos murmuraban en voz baja, lo suficientemente audible como para decir lo terrible y ridículo que era esperar tanto. Algunos levantaban las manos y los niños empezaban a hacer berrinches. Las personas estaban estresadas.
Cuando por fin me tocó pagar, la persona que me llamó resultó ser la propia farmacéutica. Se veía muy agotada. En una mano sostenía el teléfono, en espera con una compañía de seguros. Con la otra, escaneaba mi receta y me explicaba las precauciones del medicamento, mientras respondía a las preguntas del personal que la rodeaba en cada dirección.
«Siento mucho la espera. Estamos bien atrasados». Hablaba con cansancio, con los hombros encorvados. Noté que tenía los labios secos y me pregunté cuándo había bebido agua por última vez.
Entonces hice algo que intento hacer siempre que veo una oportunidad de llevar a alguien un momento de la paz de Dios: imaginé lo que haría si fuera mi hermana o amiga.
Cuando imaginamos a alguien como nuestra hermana, hermano o amiga, a veces nos resulta más fácil tratarle como lo haría Cristo en ese momento. Como el Espíritu Santo de Dios está vivo en nosotras si seguimos a Jesús, podemos inspirarnos para animar a los demás.
«Muchas gracias por tu ayuda», respondí con una sonrisa empática. «Tienes un trabajo duro ¡Lo estás haciendo muy bien!».
Se quedó sin palabras. «Me siento fatal por la espera».
Vi su reserva como una oportunidad para levantarle el ánimo y ayudarla a ver cómo la ve Dios: compartiendo cómo ella formaba parte de mi historia. «Bueno, llevo viniendo a esta farmacia desde que soy madre. He recogido muchas recetas para mis hijos a lo largo de los años. Siempre te has esmerado al hablarme de las recetas, aunque hayas dicho lo mismo un millón de veces. Quiero que sepas que te aprecio. No lo sabías, pero eres una bendición».
Cuando dije eso, se le aguaron los ojos y susurró: «gracias».
Amigas, como hijas de Dios, tenemos el poder de elevar el espíritu de una persona con la paz de Dios simplemente ofreciendo una sonrisa y haciendo una pausa para escuchar lo que pudieran decir. Podemos ofrecer el don de escuchar. Estar presentes.
A todas nos viene bien que nos animen. Todas nos encontramos atascadas en lugares difíciles. Por eso Dios nos ha dotado a cada una de nosotras con algo que podemos ofrecer. Sí, tienes sabiduría, ánimo o un interés que disfrutas que alguien más seguramente necesitará en el momento en que lo compartas. Eres una mujer de promesa y propósito debido a la promesa de Dios de amarte y cuidarte. Cuando otros entran en pánico, tienes el poder de bendecirles en el momento en que más necesitan conexión personal.
Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado… si es el de animar a otros, que los anime… (Romanos 12:6-8, NVI).
En lugar de dejarte llevar por el pánico, practica el cuidado del alma. Reflexiona sobre las escrituras que tranquilizan tu corazón. Cuando te enfrentes a las tormentas de la vida, calma tus temores escuchando la tierna voz de Dios y Su promesa de protegerte y proveerte paso a paso. Dios te sacará adelante.
Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas;
cuando camines por el fuego, no te quemarás… (Isaías 43:2, NVI).
Dirígete a tu amado Salvador, Jesús, que está a tu lado, ya sea en una fila en una tienda o dondequiera que estés, y escucha cómo el Príncipe de Paz te susurra tiernamente: te amo. Te ayudaré. Yo estoy contigo.
Luego ofrece una palabra amorosa o una sonrisa a los demás con la bendición de la paz. Convierte un momento de pánico en una promesa. Haz brillar la luz de Dios.
Compartamos nuestra esperanza firme en nuestro Príncipe de Paz durante los momentos de incertidumbre.
Jesús, calma mi pánico con Tu paz. Ayúdame hoy a descansar en Tu amor por mí. En el Nombre de Jesús, Amén.
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