No se mientan unos a otros, ahora que ya murieron a aquella antigua vida llena de vicios. Colosenses 3:9 (NBV)
La mayoría de los domingos por la mañana me encanta ir a la iglesia.
Agarro una taza de café con sabor a avellanas a la entrada y me acomodo cerca de la primera fila. Los sermones me ayudan a crecer. Disfruto de la variedad de bandas de adoración, desde los himnos tocados con la guitarra acústica a canciones modernas que incluyen un poeta de Spoken word. Sobre todo, estoy agradecida por personas de diversos grupos étnicos y condiciones sociales, que van desde bebés hasta miembros de la Generación Z quienes llevan tatuajes y moños masculinos, hasta santos de la tercera edad con cabello gris y anteojos.
Sin embargo, un domingo por la mañana me encontré con ganas de escaparme de ese lugar, corriendo hasta donde me permitían mis piernas de edad mediana. ¿Qué me hizo querer huir de la familia espiritual que tanto adoro? Fue cuando mi pastor hizo una afirmación precisamente en medio de un sermón que estaba disfrutando, destrozándome por completo. Fue esto: las personas complacientes a menudo mienten.
De repente, ya no era yo un rostro entre la multitud, bebiendo suavemente mi bebida caliente y cremosa y tomando notas en mi diario extravagante. Sentí como si uno de los focos que colgaban del techo, normalmente fijos en el escenario, de repente hubiera girado directamente hacia mí, colocando mi cara colorada en modo retrato. Me imaginaba que todos me miraban de reojo, sabiendo seguramente que el pastor Justin se refería a mí. La verdad había salido a la luz.
Esa mañana, tuve que admitir en mi corazón que mi pastor tenía razón. Las personas complacientes a menudo mienten. Y yo era buenísima diciendo mentiritas.
Oh, tenía buenas razones para mi discurso menos sincero. A veces, tergiversaba un poco la verdad para no herir los sentimientos de alguien cuando pedían mi opinión. Otras veces, no fui honesta porque temía que mi respuesta pudiera molestar a una amiga o colega de trabajo. Aún en otras situaciones, mentí abiertamente solo para evitar una confrontación con alguien por un tema político o candente. Y también admito que hubo ocasiones en las que solo dije la verdad a medias, omitiendo convenientemente algunas partes. Sin embargo, como les digo a mis hijos, “una verdad a medias sigue siendo una mentira entera”.
En la raíz de todas estas formas variadas de deshonestidad está esta característica común: mentía para complacer a otra persona. Sin embargo, todas estas distorsiones, matices, mentiritas blancas y decir la verdad a medias ciertamente no agrada al Único que importa: el Señor.
En Colosenses 3:9, el apóstol Pablo insta a los creyentes, “No se mientan unos a otros, ahora que ya murieron a aquella antigua vida llena de vicios”. El engaño está asociado con nuestro comportamiento antes de convertirnos en seguidores de Cristo. No es algo que deba ser un atributo del carácter de aquellos que han respondido al evangelio y se han convertido en creyentes.
La palabra griega original para la frase en este versículo en español, “murieron” es el verbo apekduomai. Significa despojarte de algo por completo y enfáticamente, tirar algo lejos. Esta acción debe ser realizada por la persona que está siendo deshonesta.
En otra parte de las Escrituras, se nos dice que mantengamos en tensión dos acciones aparentemente opuestas mientras interactuamos con los demás: decir la verdad en amor (Efesios 4:15). Yo encuentro que a menudo las personas realizan solo una de esas acciones y dejan la otra atrás, dependiendo del tipo de personalidad de cada uno. O soltamos la verdad sin amor o asumimos falsamente que lo único que podemos hacer amorosamente es no decir la verdad en absoluto.
Afortunadamente, sé por experiencia que Dios puede capacitarnos para despojarnos de nuestros caminos deshonestos, sin importar cuán justificadas puedan parecer nuestras mentiras. Podemos aprender a envolver nuestras verdades en un manto de amor, recordando que es a Dios a quien buscamos agradar, no a los demás. Aprendamos a volver a entrenar nuestros cerebros, sin pensar “¿Qué quieren que diga?”, pero orando: «Señor, ayúdame a hablar la verdad en amor».
Padre, por favor, hazme sentir en el corazón cuando tenga la tentación de mentir, y permíteme hablar honestamente y también de manera amorosa. En el Nombre de Jesús, Amén.
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