—Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Juan 8:7 (NVI)
Me senté al otro lado de la mesa con una amiga que estaba deshecha. Su vida estaba regada por el suelo de la cafetería como granos molidos de café. Había tomado algunas malas decisiones que le habían costado mucho. Se preguntaba si Dios podría perdonarla y si podría seguir adelante a través del fango.
Mientras consolaba y escuchaba a mi amiga, mi mente volvió a la escena del libro de Juan cuando los fariseos llevaron a una mujer sorprendida en adulterio a donde Jesús estaba enseñando a la multitud.
Después de sorprenderla en el acto, los fariseos la arrastraron medio vestida hasta donde estaba Jesús en los patios del templo.
Mientras la arrojaban a los pies de Jesús, le plantearon una pregunta: En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? (Juan 8:5). Los fariseos no sólo estaban tratando de condenar a esta mujer; estaban tratando de encontrar una razón para condenar a Jesús también.
Para quienes miraban, podía parecer que Jesús estaba entre la espada y la pared. Pero no se dieron cuenta de que, como Jesús es la Roca, no hay lugar difícil que Él no pueda manejar.
Seguro que les confundió un poco cuando Jesús se agachó para escribir en la tierra con el dedo. Finalmente, Él respondió:
—Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. (Juan 8:7)
Jesús descubrió sus propios corazones y los dejó expuestos y espiritualmente desnudos ante la multitud. Cada hombre de pie sabía que su propia vida estaba plagada de pecados. El profeta Isaías, cuyos escritos conocían muy bien, escribió: Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino… (Isaías 53:6, NVI). Que un hombre hubiera arrojado una piedra y dado a entender así que estaba libre de pecado habría sido la mayor herejía de todas.
¿No es interesante que la única persona calificada para lanzar una piedra a la mujer sea la que la liberó?
Es fácil sonreír ante esos fariseos santurrones y piadosos y pensar: ¡Ja! ¡Toma eso! Pero, ¿y tú y yo? ¿Cuándo fue la última vez que “tiramos una piedra” a alguien? Probablemente no sea una piedra literal, sino quizás una actitud dura como una piedra, que juzga a alguien. Tal vez no dijimos una palabra a esa persona, pero cuando descubrimos su pecado, chismeamos sobre ella o la condenamos en nuestros pensamientos.
Pero incluso la piedra más pequeña es demasiado pesada para nosotras. Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios… (Romanos 3:23, NVI)
Los fariseos trajeron a la mujer para condenarla, pero Jesús la liberó, extendiéndole gracia. Los acusadores se acercaron a Jesús con una superioridad santurrona, pero ellos se escabulleron con una vergüenza vencida. Los líderes religiosos la arrojaron a la tierra. Jesús la miró con compasión y la sacó de allí. Los acusadores se convirtieron en los acusados. Llegaron sintiéndose “mejor que”, pero no es así como se fueron.
La mujer sorprendida en adulterio se presentó ante Jesús en desgracia, pero fue recibida con la gracia divina.
Aunque había una multitud observando, Jesús se centró en el alma dolida que necesitaba Su atención. Una mujer que se sentía increíblemente inferior a causa de sus errores y fracasos pasados… como tú y yo.
No importa si nuestro pecado es el adulterio o no, todas tenemos páginas de nuestra historia que nos gustaría arrancar, frases que nos gustaría bloquear y capítulos que nos gustaría tirar. Pero debes saber esto, hermana: La astilla de tu historia que más odias no define toda la narrativa… por muy mala que sea. Debido a la gracia, eres más que tus peores páginas.
Mi amiga tenía el corazón roto por su pecado, y yo también. Pero tuve que preguntarme, ¿tengo yo el mismo corazón roto por mis propios pecados? Mis pecados pueden ser diferentes, pero no son menos hirientes para el corazón de Dios. Sin embargo, la gracia perdonadora de Dios es mayor que todas ellas.
Al otro lado de la mesa de la cafetería, mi amiga le pidió a Dios que la perdonara, y Él le respondió con gracia. A ti y a mí nos pasa lo mismo. Juan escribió: Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)
Cuando se trata del perdón de Dios, la Suya es la piedra que no se tira. Que esa sea la clase de gracia que extendamos a los demás… sabiendo que es la misma gracia que hemos recibido nosotras también.
Jesús, gracias por Tu gracia perdonadora que toma nuestro lugar. Ayúdame a extender a los demás la misma misericordia que Tú me has extendido a mí. En el Nombre de Jesús, Amén
RECOMENDAMOS
Como hijas de Cristo, estamos llamadas a perdonar incluso cuando la ofensa parece imperdonable. Lo vemos en Lucas 11:4 cuando Jesús está enseñando a Sus discípulos a orar. Dice “Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden”. Esto es algo que tendremos que hacer siempre, pero necesitamos algunos pasos sobre cómo llevar a cabo el perdón. En Perdona Lo Que No Puedes Olvidar, Lysa proporciona una enseñanza bíblica sobre cómo:
- Aprender a seguir adelante cuando la otra persona se niega a cambiar y nunca dice que lo lamenta.
- Seguir un proceso paso a paso para liberarte del dolor de tu pasado y sentirte menos ofendida hoy.
- Descubrir lo que la Biblia dice realmente sobre el perdón y la paz que proviene de vivirlo en este momento.
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PROFUNDICEMOS
Hebreos 4:16, Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos. (NVI)
Tómate un tiempo para leer el relato completo en Juan 8:1-11 mencionado en el devocional de hoy. Compara las actitudes y acciones de los fariseos, de Jesús y de la mujer.
¿A quién necesitas extender la gracia de Dios hoy? ¿Cómo lo harás? Déjanos saber en los comentarios.
© 2022 por Sharon Jaynes. Todos los derechos reservados.
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