Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Juan 10:10b (NBLA)
Odio mi vida
Con las manos sumergidas hasta las muñecas en el agua jabonosa del lavaplatos, no podía creer que hubiera permitido que esa confesión se apoderara de mis pensamientos. La casa se había quedado en silencio con mis hijos durmiendo en el piso de arriba, y ahora, sola con mis pensamientos, mi honestidad me sorprendió.
Meses antes, me había acostado felizmente casada y desperté a la mañana siguiente viuda. En la almohada junto a la mía, mi esposo tomaba sus últimos respiros mientras yo dormía. Aunque su respiración extraña me había despertado, ni mis esfuerzos en la reanimación cardiopulmonar ni mis oraciones por la misericordia de Dios habían producido el milagro que anhelaba desesperadamente.
En el espacio de una noche, mi vida se había hecho añicos. Gran parte de la vida que quería y la vida que esperaba había sido enterrada con mi esposo. Ahora, mis días eran una mezcla de dolor brutal, el rol de madre soltera, estar abrumada por tantas decisiones y los malabares que tenía que hacer con una lista de quehaceres demasiado larga, que debía ser para dos personas.
A menudo le decimos a Dios: esta no es la vida que pedí. Hay muchas maneras en que una vida puede destruirse por una pérdida.
Tal vez para ti, es un diagnóstico que cambió tu vida tal como la conoces.
Tal vez un esposo en el que deberías haber podido confiar se ha marchado, o tal vez, como en mi caso, tu esposo se ha muerto mucho antes de lo que jamás imaginaste.
Tal vez has enterrado a un hijo en un giro impensable de acontecimientos, o tal vez la pérdida espontánea de un embarazo te ha hecho lamentar un sueño que se siente cada vez más lejano.
¿Qué hacemos cuando la vida no resulta como lo planeamos? ¿Nos limitamos a vivir lo que queda de la vida que queríamos?
Juan 10:10b nos muestra otro camino. En nuestro versículo clave, Jesús nos dice que vino para que“tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Eso no significa "vida abundante" solo cuando las cosas van bien. O “vida abundante” cuando obtenemos el resultado que deseamos.
Jesús murió para darnos una vida abundante que no comienza ni se detiene en función de nuestras circunstancias.
La noche de mi confesión honesta en el fregadero lleno de trastes, tuve que dejar ir una vez más la vida que quería. Al hacerlo, me apoyé en la verdad de que, si bien nuestras circunstancias pueden cambiar, la promesa de Dios de una vida abundante no cambia.
Sí, la vida no se sentía bien. Y aunque este no era mi plan, Dios lo había permitido. Como tal, Dios tenía tanta vida abundante en este lado de la pérdida como la tuvo todo el tiempo antes.
En los últimos años, a medida que he dejado ir la vida que quería y he trabajado para abrazar la vida que Dios me ha dado, puedo ver la belleza fresca y la bondad que Dios tiene para mí aquí. Y aunque la vida nunca es perfecta, puedo decir honestamente: Gracias, Dios. Amo esta vida.
Dios no nos da cosas de segunda. No hay sobras en una vida con Dios. Cuando le confiamos a Dios las piezas rotas de nuestra vida, Él puede reconstruir lo que está destrozado.
Señor, nos anclamos hoy a Ti como nuestra única esperanza cuando la vida estalla en pérdida. Abre nuestros ojos para ver Tu bondad y todas las formas en que Tu amor inmenso se derrama por nosotras. Gracias porque, sin importar nuestras circunstancias, Tu promesa de vida abundante se cumple. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 84:11, Porque sol y escudo es el SEÑOR Dios; Gracia y gloria da el SEÑOR; Nada bueno niega a los que andan en integridad. (NBLA)
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