El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Romanos 8:16 (NVI)
Atrás quedaron los pañales y los vasitos para bebé. No más mamelucos o sillas altas. Y mientras mis hijos van dejando una etapa y crecen entrando a otra, convirtiéndose en adolescentes y jóvenes adultos, he estado experimentando algunos momentos de “mamá orgullosa”, a la par de suspiros de alivio, mientras veo el fruto de mi labor como madre convertirse en una realidad.
No, este alivio no es porque mis hijos sean perfectos o porque siento que “logré mis metas como mamá”. Este alivio es porque estoy aprendiendo a quién escuchar, gracias a los 20 años de ser mamá.
Todas tenemos esas voces en nuestras vidas, voces que con frecuencia hablan con sinceridad, que tratan de ayudarnos diciéndonos lo que debemos o no ser o hacer. Esas voces pueden parecer especialmente ruidosas para nosotras las mamás. Quizá sea incluso nuestra propia voz diciendo palabras de inseguridad, vergüenza o incompetencia. Cualquiera que sea la voz más fuerte, esta nueva etapa no está marcada por hacer oídos sordos a esas voces, sino volverme mucho más perspicaz. Todavía quiero escuchar y aprender. Pero soy más selectiva en cuanto a quién escucho y quién me influye como persona.
No es una sorpresa que cuando recurrimos a las páginas de la Biblia con frecuencia nos dicen que escuchemos a las voces de sabiduría y verdad. Un buen ejemplo es Romanos 8:16, “El Espíritu [Santo] mismo”, escribe Pablo, “le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios”. Una de las labores primarias del Espíritu Santo es hablarnos. Él nos recuerda quiénes somos. Su labor es declarar lo que es cierto. Por lo tanto la voz que estoy aprendiendo a escuchar más es la voz de Dios.
Sí, nosotras escuchamos las voces de otros para aprender y crecer, pero al final es la voz de Dios la que nos guía y nos enseña lo fundamental para este trayecto. Estas son tres razones por las que escuchamos la voz de Dios por encima de todas las demás:
1. La voz de Dios nos recuerda que somos amadas.
Lo que realmente nos mantiene firmes no es ver el fruto de nuestra labor, recibir las gracias por ello, o sentirnos respetadas y plenas debido a ello. Lo que sostiene nuestra alma es que nuestro Padre nos ama profundamente, y que estamos en Cristo mediante la fe. Somos hijas de Dios, totalmente aceptadas y atesoradas, no por nuestro trabajo como mamás sino por el trabajo de Cristo.
2. La voz de Dios nos guía.
Como mamás las voces de la gente tratan de dictar nuestras vidas, diciéndonos lo que debemos ser y hacer. Con frecuencia nos vemos atrapadas en el coro de voces y nos volvemos personas motivadas por el temor, el orgullo o la inseguridad. En contraste, la voz de Dios es una que “los guiará a toda la verdad” (Juan 16:13a, NVI, énfasis añadido). Él nos recuerda que la maternidad no es una carrera o una competencia. Así como Él nos guía, Él está guiando a nuestros hijos. Nosotras no tenemos que estar ansiosas, temerosas ni envidiosas.
3. La voz de Dios nos hace más como Jesús.
Muchas veces, las voces que nos rodean nos dicen lo que no somos. Sin embargo, la voz buena y llena de gracia de Dios nos recuerda de la persona en que nos estamos convirtiendo. La maternidad no se trata de perfección; la maternidad se trata del proceso de Dios haciéndonos más como nuestro Salvador perfecto, Jesús, cada día. Este proceso de ser perfeccionada es un trayecto de por vida de la obra del Espíritu Santo dentro de nosotras que un día estará completo cuando Cristo regrese. Tenemos que sintonizar nuestros oídos a Él, el Autor y Perfeccionador de nuestra fe. Sólo Él puede realmente ayudarnos cuando estemos débiles. Él sólo, nos mantiene humildes cuando dependemos demasiado de nuestra propia fuerza (Hebreos 12:1-2).
Así que hoy, cuando escuches todas esas voces externas, o tal vez incluso las del interior, detente y escucha. Pero escucha primero la voz de amor y verdad, la voz que más importa. La voz de un Padre bueno y perfecto que salva a todos los que creen en Su Hijo, Jesús. La voz de Aquel que te llama Suya.
Querido Jesús, ayúdame a escucharte primero, y a escuchar quién dices que soy, antes de mirar o escuchar a los demás en este trayecto de la maternidad. Gracias por amarme tal como soy y por amarme tanto que no quieres que pierda oportunidades para ser más como Tú. Ayúdame a aprender y crecer mientras te sigo. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 25:4-5, SEÑOR, hazme conocer tus caminos; muéstrame tus sendas. Encamíname en tu verdad, ¡enséñame! Tú eres mi Dios y Salvador; ¡en ti pongo mi esperanza todo el día! (NVI)
¿Cuál es una de las voces que con frecuencia escuchas hablándole a tu corazón? ¿Cómo puedes aprender a escuchar la voz de Dios diariamente? ¡Comparte con nosotras en los comentarios!
© 2023 por Ruth Schwenk. Todos los derechos reservados.
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