Cuando a Ester, hija de Abihail, tío de Mardoqueo, que la había tomado como hija, le tocó venir al rey, ella no pidió cosa alguna sino lo que le aconsejó Hegai, eunuco del rey, encargado de las mujeres. Y Ester hallaba favor ante los ojos de cuantos la veían. Ester 2:15 (NBLA)
Lo estaba haciendo otra vez.
Aunque mis ojos miraban a mi amiga y asentía con mi cabeza, mis pensamientos se adelantaban. Elaborando cómo respondería a su situación complicada, preparé un consejo “sabio” en mi cabeza.
¿Lo haces tú también a veces? ¿Pensar en lo que vas a decir en lugar de escuchar lo que dicen?
Estoy empezando a ver que cuando no escucho me estoy arriesgando mucho… podré sufrir la pérdida de no obtener la sabiduría que necesito.
Durante los últimos dos años, he empezado a darme cuenta de cuánto tengo que aprender acerca de escuchar. Una de las personas de quien estoy aprendiendo es la mismísima Ester del Antiguo Testamento.
En el libro de Ester, el capítulo 2, Ester se encontró en una situación incierta. Era una mujer que estaba sumergida hasta el cuello en circunstancias inestables más allá de su control, viviendo en una cultura que no alababa de la misma manera que ella.
El rey había destronado a su reina; ahora estaba preparado para encontrar a otra para ocupar el lugar. Los consejeros, quizás por motivos ambivalentes propios, aconsejaron al rey buscar por todo su reino para encontrar la más apropiada. Entonces, los comisionados fueron a cada provincia para recoger vírgenes jóvenes y hermosas para ser examinadas por el rey, con el fin de que llegasen a ser parte de su harén. Solo una sería elegida reina.
Es aquí donde encontramos a Ester; había sido llevada al palacio. Una noche determinó dónde pasaría el resto de su vida, en el trono de la reina o en un harén.
Antes de su noche con el rey, cada mujer “podría llevarse del harén al palacio todo lo que quisiera” (Ester 2:13, NVI). Como cada mujer llevaba lo que ella quería, la sabiduría que necesitaba cayó sobre sí misma. Aunque Ester solo había vivido en el palacio por un año, en un entorno extraño, ella necesitaba llevar lo que consideraba mejor.
Ester se dio cuenta que no sabía lo que necesitaba saber. Existía un riesgo muy grande; su futuro estaba en juego.
En lugar de adelantarse a pensar sobre lo que ella pensó qué debía hacer o decir luego, Ester hizo caso a Hegai, un siervo contratado directamente por el rey. Mientras Hegai no era judío ni un seguidor de Dios como Ester, él era alguien que sabía lo qué Ester necesitaba saber.
Cuando a Ester, hija de Abihail, tío de Mardoqueo, que la había tomado como hija, le tocó venir al rey, ella no pidió cosa alguna sino lo que le aconsejó Hegai, eunuco del rey, encargado de las mujeres. Y Ester hallaba favor ante los ojos de cuantos la veían (Ester 2:15).
Sabemos que Ester escuchó porque ella hizo lo que aconsejó Hegai.
El escuchar requiere humildad. Las acciones de Ester proclamaban, “No sé lo que necesito saber. Tú sí. Enséñame. Guíame”.
Por lo general, no persigo la humildad porque, muchas veces, la humildad y la humillación se sienten como la misma cosa. Si me humillo y confieso lo que no sé (pero necesito saber), me preocupa que me hará quedar como débil o no apta, o hasta excesivamente vulnerable.
Sin embargo, esa parte de mí que resiste ser cambiada y hecha nueva por Jesús quiere “fingir hasta que lo consiga” en lugar de escuchar y aprender.
El escuchar dio a Ester exactamente lo que necesitaba, la sabiduría. El escuchar, le dio las herramientas para dejar de ser la extraña a ser la aceptada, a un lugar de influencia verdadera. El escuchar a alguien dentro del círculo cercano al rey, humillándose antes de presentarse ante el rey, permitió a Ester no ser humillada cuando se reunió con el rey.
El escuchar hará lo mismo para ti y para mí. En lugar de pensar solo en nosotras mismas y lo que queremos hacer o decir después, podemos escuchar y aprender. El desarrollar un corazón que escucha y aprende crea espacio para que Dios nos pueda usar para Su gloria y atraer a otras hacía Él, lo cual es un resultado muy digno.
Padre, ayúdame a humillarme y llegar a ser alguien que verdaderamente escucha para aprender, ya que puedo aprender algo de cada persona, porque cada persona ha sido hecha en Tu imagen. En el Nombre de Jesús, Amén.
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